Psicodelia Colectiva
"...manifestando a la mente..."

ARTE PSICODELICO Y EL ROCK

Category: By CHIMPA

Un articulo que me encontre y me gustaria compartirlo esta muy bueno...

Desde tiempos inmemoriales existe un arte visionario que ha encontrado inspiración en las sustancias psicotrópicas. Sin embargo hasta el siglo XX no puede empezar a hablarse de una pintura visionaria enteramente profana o separada de unas raices culturales milenarias. En las primeras décadas del pasado siglo nos encontramos al ocultista y ocasional pintor Aleister Crowley produciendo obras bajo el influjo de la mescalina o la heroina. Afirmará de sus coloristas y naiffs acuarelas que son manifestaciones de lo oculto. También algunos expresionistas alemanes usaron drogas, como Ernst Ludwing Kirchner, que llegó a producir incluso grabados en madera en pleno viaje con morfina. En Francia, algunos artistas del grupo cercano al surrealismo, Le grand jeu, también buscaron inspiración en los estados alterados de conciencia.

A mediados de siglo varios pintores hacen de esta relación algo sistemático, como por ejemplo hiciera Henri Micheaux con sus dibujos y escritos inspirados en el peyote y el LSD.

Sin embargo, será un artista austríaco, Ernst Fush, el que verdaderamente abriera el camino de lo que con el tiempo se definió como arte psicodélico. Fush pintó sus visiones inducidas por el peyote con un detallismo y colorido inéditos hasta el momento, como si de transcripciónes fotográficas se tratara. En un principio éstas serían como visiones de luz pura semejantes a formaciones cristalinas, obras que el pintor llegó a identificar con manifestaciones angélicas.
Estas visiones se fueron vertiendo extensamente mediante un manierismo alucinado propio del Bosco, en pinturas, grabados y dibujos de una finura extraordinaria. Posteriormente, ya en decadencia, aunque sin dejar de juguetear con el misticismo, su obra fué adquiriendo un tono kitch muy cercano al del último Dalí -del que era amigo-.
Su poderosa obra, sobretodo de su primera etapa, caló hondo y muchos artistas siguieron la estela marcada por éste definiendo, desde finales de los 60, el psicodelismo en el arte a veces con mayor y otras con menor acierto: Mati klarwein, Michael Bowen, Bill Martin, Susan Seddon Boulet, Joseph Parker, Robert Venosa, H.R.Giger, Alex Grey, etc.

Como en la pintura, la influencia de las drogas psicotrópica fué filtrándose -sobretodo a medida que éstas iban sintentizándose en los laboratorios- en el resto de la cultura. Como ya sabemos a mediados de los 60 le llegó el turno a la música. La experimentación con marihuana y posteriormente con LSD de gente tan influyente como Dylan o los Beatles solo fué un componente más –aunque crucial- en un movimiento amplio que cubrió todo occidente. De una u otra forma mucha gente ya experimentaba en muchos sitios diferentes. Mientras los Beatles tramaban un disco tan innovador como “Rubber soul”, al otro lado del atlántico Jerry Garcia y sus nacientes Grateful Dead ya eran unos veteranos trippers que empezaban a incorporar sus experiencias en sus conciertos.

La música que surgió alrededor de la experimentación con drogas intentaba expresar mediante sonidos -cada vez más electrificados- el estado de ánimo producido por éstas. Así, sea como fuere, entre 1964 y 1966 prendió rapidamente la mecha de lo que se vino a llamar el rock psicodélico, principalmente en grupos folks, garageros o beats que cambiaron drasticamente su estilo hacia derroteros nunca explorados. La música se fué volviendo así más agresiva y sofisticada, la temática de sus letras más libres y personales, se comenzó a experimentar en la producción -aunque con trucos que ahora pueden considerarse ingénuos-, se asumieron nuevas influencias -música oriental, jazz, etc.
Toda esta época se ve ahora como una verdadera explosión de creatividad que duró hasta mediados de los 70, una creatividad en su mayor parte alentada por el consumo de drogas. De la noche a la mañana, como una rempentina mutación dentro de la cultura establecida, había nacido una nueva forma de concebir la música, de hacerla y de escucharla, pues el cambio en los músicos era paralelo al de su público.

Toda esta gran transformación, que se produjo en elcontexto de la gran búsqueda de una nueva forma de vida, hizo que confluyeran la música y el arte de inspiración psicodélica. En retrospectiva es difícil saber que pesaba más, si el despertar de los movimientos culturales, sociales y políticos, la liberación moral generalizada, la fuerte incidencia de las drogas o un auge de la economía que permitio durante una temporada que miles de jóvenes se desentendieran “impunemente” del trabajo y las obligaciones propias de la sociedad de su momento. Seguramente todo a la vez e indivisiblemente.
Pero si hay que hacer honor a la verdad, al menos en el caso que nos ocupa de la relación de rock y arte psicodélico, hay que decir que la imagen se puso claramente al servicio de la música. Si bien la música podía pretender transmitir algo de los efectos de la droga -cosa complicada- las imágenes usadas -portadas de discos, logotipos, promoción, etc- intentaban transmitir más bien la propia cualidad eléctrica y ácida de esta nueva música. Ya de por si, el rock y todos los estilos que promovió: la psidodelia en todas sus formas, el progresivo, el hard y blues rock, etc., se caracterizó desde un principio por la suma importancia del color. Tal y como si se pretendiera romper de golpe con un pasado gris, numeros grupos tenían el color como referencia para sus nombres: Deep purple, King Crimson, Pink Fairies, Pink floyd, Purple image, Golden Dawn, Red Crayola, etc. Así pues, podemos decir que de alguna manera, el rock de los 60 y primeros 70, era una música predispuesta a ser visualizada, óptima para ser vertida y simbolizada en imágenes de fuerte colorido.
Aunque, como ya hemos visto, durante los 60 había surgido un arte ya concebido como psicodélico, esta alianza entre la nueva música y la imagen se dió sobretodo a través de la amplia subcultura que rodeaba el comic undeground y que, a la par, también había hecho su aparición desde mediados de los 60. Era un tipo de comic igualmente tocado por lo lisérgico y radicalmente irreverente con los tópicos al uso de un medio que por esa época ya era tradicional. El comix -tal y como se empezó llamar-, fué, de por si, un importante medio de expresión y difusión de los cambios culturales y sociales que se pretendía impulsar desde los movimientos alternativos. La desvergonzada “perversión” de las estructuras convencionales de los comic books -considerados como lectura para niños- y su instauración como importante icono cultural, demostraba el talante de esta nueva cultura: desenfadada, provocadora e irreverente.
Los artistas que se encargaron de crearlos cobraron repentina notoriedad y fueron una referencia imprescindible para todo el movimiento: Robert Crumb, Gilbert Sheldon, Spain, Robert Willians, etc. Así pues, con alguna excepción -la famosa portada de Mati Klerwein para “Abraxas” de Santana, por ejemplo- las imagénes más relacionadas con el rock psicodélico fué obra de dibujantes e ilustradores fuertemente influidos por la estética de los comix –o que de hecho eran autores de comix, como ocurrió con Crumb o Sheldon-. Es el caso de Roger Dean, que adquiriera fama en el Reino Unido ilustrando las portadas de muchos grupos de hard rock y progresivo - Uriah Heep, Budgie, Yes, Magna Carta, etc-, Su estética, tan propia de la ciencia-ficción o el género fantástico, parecía sacada de un tebeo. Todos estos artistas aplicaron esta estética en muchísimas portadas de discos y, sobretodo, en la cartelería de locales para conciertos, especialmente los californianos, lo que que terminó por imponerse al resto del movimiento, ya sea al uno como al otro lado del Atlántico.
Así, la cartelería musical también vivió así su pequeña revolución. A diferencia de la publicidad propia de los 50 y principios de los 60 -una fotografía del protagonista y una leyenda con una correcta tipografía a modo informativo- los carteles anunciantes de locales como el Matrix o el Fillmore Auditorum mostraban en 1966 un aspecto lleno de sofistificación. En cierta medida la estética fué tomada, además de los comix, de la cartelería modernista del siglo XX -ver imagen a la derecha-, aunque llevada a sus extremos, del surrealismo, así como de la obra gráfica de Escher.
Lo estético se anteponía a la información y en algunas ocasiones lo que se anunciaba era indescifrable. Primaba la intención de deslumbrar la mirada con formas que se identificaran con la cultura psicodélica: collages con fotografías antiguas y coloreadas, diseños complicados en diferentes planos, dibujos simétricos, absurdos o sacados de los comix, que la mayoría de las veces poco tenían que ver con los grupos anunciados. La tipografía, sinuosa y fantástica, jugaba con el diseño de la imagen en el cartel, fundiéndose en muchos casos y siendo ella misma lo más psicodélico del conjunto o incluso siendo la verdadera protagonista. Pero en general, los carteles servían para transmitir, más que nada, la cualidad enérgica de la eléctricidad que salía por los altavoces, éstos eran psicodélicos al mismo nivel que lo era la propia música que anunciaban, que a la vez era casi tan alteradora de la mente como las mismas drogas que la habían inspirado. Los carteles, en su efervescencia y colorido, serían por un tiempo inseparables de la ropa chillona de los músicos o el publico y los light shows en los conciertos.

Con el paso del tiempo, de forma paralela que en la música, esta estética entró en el mero cliché. Una vez apaciguada la primera ola de cratividad la “imagen psicodélica” había caido en la más burda comercialidad y era aplicada en todo lo imaginable: moda, publicidad, televisión, etc. Aunque quedó latente su supervivencia en los ámbitos underground -con cierto resurgir a finales de los 80 con el revival del garage y el rock psicodélico- es evidente que se perdió esa primera frescura tan difícil de emular.


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